Juan se inmersa en una lírica que puede leerse como una epopeya íntima. Primero, un prefacio. La ubicuidad tormentosa del track que da título al álbum, La Tempestad, y que sirve de muestra por el todo: una narrativa que elude la trampa de la reiteración y despliega un escenario de tótems sintéticos, electrónicas tribales y ecos amenazantes. Mientras el coro lo amedrenta, el protagonista de la obra resistirá bajo ese cielo y verá cómo se conforma el primer rostro de su némesis: el Rencor, en clave de tango, será un impulso inicial necesario. Y Tatuaje, con su exuberancia discreta, un grand finale anticipado: la despedida como huella eterna y como cruz. En el soliloquio de El ardor, con el eco vidrioso que devuelve el cuerpo que es cáscara seca, confluyen las corrientes clásicas y las aventuras digitales que alimentan a Ibarlucía: el corazón de piano y batería, su propagación en teclados y beats electrónicos y una malla de programaciones fantasmales en torno a la voz.
En el lado B se confirma el carácter romántico de La Tempestad. A la transición de Vortex -parábola de la confusión, donde la silueta persiste anclada en el sonido de piano que pronto se vuelve a perder- siguen dos golpes de gracia más del sentimiento sobre el raciocinio. Animales nocturnos, el primero, es un cuento gótico; el del hechizo de una bestia lujuriosa, bajo el influjo de los Bad Seeds y PJ Harvey. Carnal, el segundo, un bolero sintético y heterodoxo, con la líbido montada sobre un poderoso duelo de, otra vez, piano y batería (¿será esa comunicación vertiginosa de los dos instrumentos metáfora de la cópula?). Como un fruto, La canción de León es una ofrenda pastoral donde Ibarlucía estira como nunca la fisonomía de La Tempestad: un claro ganado a las tinieblas, y una cita -en sus cortes de batería- al rock argentino de la propia infancia. Esta vez sí: Pegaso es el verdadero gran final, un paso de baile en la cenizas del infierno, que recuerda a la celebración de lo fugaz y lo pasajero de El ruiseñor, el amor y la muerte y al levitar feliz del sonido californiano de los ‘60. La Coda es el resplandor pacífico contra el que se imprime la silueta nueva.
You must be logged in to post a comment Login